lunes, 19 de noviembre de 2012



-Enamorado De Palestina-

Tus ojos son una adorada
y dolorosa espina en el corazón.
Que preservo del viento,

y que clavo muy hondo,
más allá del dolor y de la noche.
Con cuya luz alumbran los candiles
y se hace mañana mi presente.
Y yo olvido al instante
-al encontrarse el ojo con el ojo-
que una vez fuimos dos
tras de la puerta.

Cantabas al hablar.

Yo intentaba también, mas la miseria
había puesto cerco a los labios primaverales.
Tus palabras, como una golondrina,
volaron de mi casa,
y nuestra puerta,
y nuestros escalones otoñales,
se fueron tras de ti,
donde quiso el deseo.

Rompiéronse también nuestros espejos,

y nacieron mil penas.
Juntamos las cenizas de la voz,
y cantamos tan solo la elegía del país.
Para sembrarla juntos
en el pecho de una guitarra,
y tocar a unas almas deformes, a unas piedras,
sobre las azoteas.
Pero yo me olvidé...
¡Oh Tú, la de la voz desconocida!
¿Fue tal vez tu partida,
o mi silencio,
lo que había oxidado la guitarra?

Te vi ayer, en el puerto,

viajera sin familia ni viático.
Y corrí hacia ti igual que un huérfano,
buscando la prudencia de los viejos:
“¿Por qué el naranjal verde
se encierra en una cárcel o en un puerto,
se esconde en el destierro,
y sigue siempre verde,
a pesar de su marcha,
a pesar de sus sales y el deseo?”...
Y lo anoto en mi agenda:
Me detuve en el puerto...
El mundo era unos ojos invernales,
y pieles de naranjas teníamos en las manos.
Detrás de mí, estaban los desiertos.

Te vi en el monte abrupto,

pastora de corderos, perseguida.
En las ruinas, tú eras mi jardín,
y yo, extraño a la casa,
golpeaba la puerta, ¡corazón!.
Sobre mi corazón alzábase la puerta,
la ventana, las piedras y el cemento.

Te vi en los cántaros de agua,

y el trigo,
destruida.
Servir en los nocturnos cafetuchos.
En los rayos del llanto y las heridas.
Y Tú eras el pulmón que me faltaba.
La voz para mis labios sólo Tú.
Tú el agua... Tú el fuego.
Te vi junto a la puerta de la cueva,
junto al laurel,
tendiendo los vestidos de los huérfanos.
En las calles te vi... En las hogueras.
En la sangre del sol...
En los corrales...
Te vi en la plenitud de las sales del mar.
En las arenas...
Buena, como la tierra,
el jazmín,
y los niños.

Y juro:

Que he de hacer un pañuelo de pestañas,
donde grabar poemas a tus ojos,
y escribir una frase
más dulce que la miel y que los besos:
“¡Que Palestina era... Y sigue siendo!”

Palestina de ojos y tatuajes.

Palestina de nombre.
Palestina de sueños y de penas.
Palestina de pies, de cuerpo y de pañuelo.
Palestina en palabras y en silencio.
Palestina de voz.
Palestina de muerte y nacimiento.
Te llevé, como fuego de mis versos,
en mis viejas carpetas.
Te llevé de alimento en mis viajes.
Y te llamé, gritando , por los valles.

Conozco los caballos de los bárbaros,

aunque cambien los campos.
Pero, tened cuidado...
Del rayo que sacó mi canción del granito.
Porque soy el ornato de los mozos
y el mejor caballero.
Yo destruyo los ídolos
y siembro las fronteras de Siria de poemas
que vencen a las águilas.
Con tu nombre grité a los enemigos:
¡Comeos, oh gusanos, mi carne si me muero!
Porque no nacen águilas
del huevo de la hormiga;
porque el de la serpiente oculta víboras.
Conozco los caballos de los bárbaros.
Pero también
-y antes –
que yo soy el ornato de los mozos,
y el mejor caballero.

*****

Mahmud Darwish

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